Costa

El paisaje de este tramo resalta por su variedad y su calidad ambiental. Junto a las extensas playas de finas arenas nos encontramos con formaciones acantiladas rocosas que se precipitan al mar. Desde la Playa de Zahora a las calas del Tolmo se recorre un largo tramo de costa en el que la arquitectura natural ha ido creando espacios de singular belleza.
Las arenas se han ido disponiendo en campos de dunas ya sean móviles, estabilizadas o barjanas (formas de media luna) o en grandes mantos eólicos que se extienden bajo los pinares de la Breña. Los acantilados y las formaciones rocosas más cercanas al Estrecho, han dado lugar a calitas recónditas que guardan el más puro estado de naturaleza.

Playa de los Bancos:

Formando una pequeña ensenada de fondo rocoso y de playa estrecha protegida por un pequeño acantilado, da paso a la playa de los Bancos que se prolonga hasta el cabo de Trafalgar, dejando al pie del mar una amplia zona de arenas volanderas que rellenan el corto istmo. El promontorio de Trafalgar, desde el que se divisa buena parte del litoral atlántico gaditano y el cercano continente africano, es hoy el testigo de una larga historia de asentamientos que se inician en el Neolítico, en la Edad del Bronce, y que se continuan en la época íbero romana.   Bajo sus aguas poco profundas se dispone una línea acantilada con grandes piedras, que fueron asentamiento del legendario templo de la diosa Juno. A unos tres kilómetros del cabo mar adentro, el Bajo Aceitera -llamado así porque el agua parece hervir por efecto del choque de las corientes marinas- es lugar donde los meros, hurtas, pargos y otras especies de peces de la rica fauna submarina tienen su hábitat preferido y donde la práctica del submarinismo encuentra un rincón más codiciado de toda la costa gaditana, tanto por su biología marina como por la suerte de peligros y dificultades que en ella se sumergen, requiriéndose gran experiencia y conocimiento para salir airoso de tal aventura, en la que no pocos han encontrado la muerte.

​El acantilado de la Breña:

Se cierra con un acantilado que va ganando altura hasta formar el megacantilado de la Breña (más de 100 m. de altura), desde cuyas paredes caen en cortina,hacia el mar o la playas, las dulces aguas de sus acuíferos, creando un ambiente único en el litoral andaluz. En lo alto, las torres de Meca y del Tajo vigilan este tramo de inaccesible costa, en la que se esconde alguna delicada cala que aprovechan los nudistas para disfrutar del baño en estado natural.

La Costa de Barbate:

Al sur de esta costa, la Ensenada de Barbate dará lugar a espléndidas y extensas playas arenosas, que se inician con la Cala o Hierbabuena. Pocos metros más abajo la villa de Barbate, la antigua Baesippo romana, se perfila en el paisaje costero al pie de la desembocadura del río y la marismas de su mismo nombre, dejando la pequeña playa del Carmen en la orilla de la ciudad.  Fue esta costa lugar de abundantes asentamientos romanos, de villas campestres y otras construcciones como el templo de Mitra, la calzada Heraclea o las numerosas industrias de salazón que aprovechaban las ricas pesquerías de atunes, caballas, congrios y otras especies abundantes en esta costa que la hicieron famosa en todo el orbe romano. El declive de Baesippo, vino a ser sustituida por una rica cultura visigoda que inspiró la construcción de ermitas como las de San Ambrosio o la de Nuestra Señora de la Oliva. El Barbate árabe o el antiguo castillo medieval de Santiago, con sucesos de su larga y diversificada historia siempre inspirada por la vida y las costumbres marineras. Al otro lado del río Barbate, las amplias y largas playas de Pajares y Zahara de excelente calidad ambiental y entorno paisajístico. La marisma se sucede en la sierra del Retín (316 metros) hasta llegar al arroyo Candalar en cuyo margen se extiende el pequeño pueblo de Zahara de los Atunes, antiguo asentamiento almadrabero de origen íbero romano y luego fortalecido por la construcción del castillo de Zahara, en el siglo XVI, por orden del duque de Medina Sidonia, en cuyo interior se refugiaba la población de los continuos ataques de los berberiscos y se guardaban los enseres de la almadraba. Hoy es Zahara pedanía de Barbate en la que conviven pescadores y turistas que buscan la naturaleza y tranquilidad de sus playas.

 

Los Lances de Sara ó playa del Cabo de Plata :

Se alarga hacia el sur bordeada por dunas móviles y por las ricas aguas atuneras. Más abajo la urbanización de Atlanterra se extiende por las laderas de la Sierra de la Plata, a ambos costados del Cabo y torre de su mismo nombre.  La playa entre las Torres, se abre en una pequeña ensenada circundada por las estribaciones de la sierra, que viene a cerrarse en el cabo de Gracia. Estamos ya en el término de Tarifa, a un tiro de piedra de la Punta del Camarinal tras la cual se abre la bellísima Ensenada de Bolonia. El acantilado y sus arrecifes, cuyas rocas sirvieron para construir la ciudad portuaria romana de Baelo Claudia, se continuan con los campos de dunas móviles configurando un paisaje natural de excepcional calidad ambiental.
Al pie de la gran duna la playa de Bolonia, galardonada con la Bandera Azul de Europa en 1991, es un auténtico paraíso al que se suma la nostalgia de lo ancestral de su cultura milenaria.  Desde el Neolítico la Ensenada de Bolonia ha sido el hábitat elegido por sus especiales condiciones ambientales entre las que ha primado su riqueza pesquera. De todas ellas, fue sin duda la romana la que elevó este enclave a su máxima expresión con la fundación de Baelo Claudia, allá por el siglo III antes de Cristo, como ciudad inspirada en la industria del salazón y el comercio marítimo con el norte de Africa, alcanzando su máximo apogeo en la época del emperador Claudio (siglo I a. d. C.). 

Sus fábricas de salazón pasaban por ser una de las más importantes (sus depósitos llegaron a tener una capacidad de 1.500 metros cúbicos) y prestigiosas del Mediterréneo occidental. La materia prima principal no era otra que el atún, pescado después de su desove en aguas del Mediterraneo durante los meses de julio y agosto, pero también otros peces y crustáceos fueron la base económica que sustentó su desarrollo: el "garum" (salsa preparada de pescado) producido en estas fábricas desde la época de los fenicios alcanzó más tarde inusitada fama en el mundo romano. Las ruinas de Baelo Claudia, permiten corroborar esta importancia. El Foro o plaza pública principal, la Basílica dedicada a la administración de justicia, el Capitolio formado por los templos de Júpiter, Juno y Minerva, el Teatro con un diámetro de 67 metros con acceso por siete puertas, la necrópolis, su impresionante conjunto fabril y el numeroso grupo de viviendas y otras piezas urbanas revelan su magnificencia que vino a durar hasta el siglo III después de Cristo, es decir, durante seis siglos. 

Sus ruinas hoy visitables contituyen uno de los yacimientos más interesantes y ricos de la cultura romana y una oportunidad excepcional no solo para conocer sino también para imaginar historias pasadas mientras se disfruta de la magia de su paisaje y de su ambiente natural. A pocos metros de las ruinas de Baelo el poblado de El Lentiscar fue desde la desaparición de la almadraba hasta hace pocos años un lugar olvidado del mundo. Sus casas sencillas y humildes se han ido convirtiendo en alojamiento de turistas que buscan la tranquilidad y el retiro al borde del mar, sin importarles las precarias condiciones de la estancia. La playa con sus rizadas olas movidas por el Levante, las suaves montañas de su entorno, la cordialidad y sencillez de sus gentes.., son los atractivos del turismo ecológico que aquí se ha ido generando. Continuando la playa hacia el Sur la cala Picacho al pie de la Loma de San Bartolomé, más conocida por las bañeras o piscinas que se forman en su costa, conserva su estado natural aunque corrió el peligro de convertirse en el asentamiento de una de las centrales nucleares previstas en Andalucia. Más abajo en la cercanías de Punta Paloma aparecen las isletas de la costa, como la que lleva por nombre la Grande, confiriéndole un atractivo singular a su delicado paisaje. Las arenas volanderas de sus playas llegan en la Ensenada de Valdevaqueros a formar una de la dunas móviles más bellas del litoral andaluz mientras que sus aguas se han convertido en uno de las campos de regatas más importante de Europa en las especialidades del windsurfing.
Desde aquí hasta la ciudad de Tarifa las playas de Valdevaqueros y de los Lances, son el hogar ideal de los windsuristas y kysurfistas, que han venido a llenar de vida sus playas, campings y demás establecimiento turísticos, dándole un nuevo y original colorido a su paisaje, del que destacan las velas y demás cacharrería al uso de estos originales deportistas. 
Tarifa, ha pasado así de lugar inhóspito de fuertes vientos a ser cita obligada de los amantes del windsurf, con prestigiosos torneos como el "Toro Andaluz" y la "Travesía del Estrecho (tan sólo cubierta en 18 minutos por el lider de la prueba).
En el otro extremo de la playa de los Lances hallamos el lugar más al sur de Europa y punto de encuentro de los dos mares, la punta de tarifa o Marroquí en la isla de las Palomas (hoy fortaleza militar) y uno de los enclaves privilegiados de la naturaleza por la riqueza de su fauna y flora submarina, separada por un corto ismo -fuertemente castigado por el viento de Levante- de la villa de Tarifa, la antigua Iulia Traducta de los romanos o la presumible Tarif de los primeros musulmanes. Ciudad fortaleza, construida en tiempos de Abderramán III (año 960 de nuestra era y 349 de la llegada de Mahoma), fue el paso obligado de cuantos venían o iban al norte de Africa. Su plaza de gran valor estratégico, fue motivo de guerras y litigios que enfrentaron entre sí a diferentes pueblos musulmanes que llegaron a la Península en sucesivas oleadas y más tarde entres estos y los cristianos quienes la conquistaron en tiempos de Sancho IV en 1929. Dos años después en pleno asedio de los benimerines sucedería el famosos episodio de la muerte de Pedro Alfonso hijo de Guzmán el Bueno, a manos de los sarracenos. Desde aquella punta de Tarifa hasta la Ensenada del Tolmo, la costa se hace agreste, con altos acantilados y numerosos arroyos que bajan de la sierra del Cabrito, formándose pequeñas calas -con más chinorros que arena y con sustrato de rocas- entre la punta de Canales y la desembocadura del río Guadalmesí o río de las Mujeres, a las que se accede por tortuosos y encrespados caminos, pero bien merece la pena conocer y disfrutar de sus frías y limpias aguas -ideales para la práctica del submarinismo-, de su impresionante panorámica que nos acerca al continente africano, de su ambiente natural en el que reina la paz y la belleza.

Autor: José Gómez Martínez ©


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